Abriéndose camino

La vida consigue abrirse paso en medio de las cicatrices dejadas tras el paso del hombre.

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Sobre un lecho de rocas flota una isla muerta, una isla de noble madera que tras ser cortada y separada de sus hermanas, no sabemos por qué razones fue abandonada a la deriva de la sierra. Ahora un nuevo árbol ha conseguido echar raíces en ella. ¿Sabe él que ha nacido en una isla? ¿Conseguirán sus raíces alcanzar tierra firme antes de que se agoten los recursos de su islita? “¡Adelante pequeñín, tu puedes!” dan ganas de gritarle con esa emoción que uno siente al ver como los indefensos se levantan contra gigantescas olas, “A diferencia del capitalismo tu no necesitas expandirte a otros planetas para poder seguir creciendo, la tierra que necesitas está a sólo unos centímetros de distancia, este es un gran paso para un arbolito pero un salto imposible para el capitalismo”.

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Sección de un árbol de madera noble abandonado en el parque natural de Viñales (Provincia de Pinar del Rio, Cuba) y encontrado mientras llevábamos perdidos varias horas por la sierra como consecuencia de intentar un atajo bastante imprudente. La ironía es que seguir el rastro de troncos y maderas dejados tiempo atrás por los leñadores furtivos que se habían adentrado hasta esa recóndita parte de la sierra nos permitió encontrar un camino de salida.

Cuando miro al cielo a través de las estrellas sólo veo lo que ha desaparecido

Este texto lo escribí cuando llevaba unas dos semanas en La Habana, aprovechando el tiempo de convalecencia después de haber sufrido un esguince al final de un día de teatro, poesía y Malecón.

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En la Habana uno no corre el peligro de que aparezcan un par de malandros con pistolas a lomos de una moto. Entre su lista de peligros figuran cosas mucho más sencillas como por ejemplo unos desniveles, boquetes y salientes traicioneros que de seguro figuran como padres en la cartilla de nacimiento de más de un esguince, torcedura o escayolado. Aquí cuando cruzas una calle no basta con aquella simple regla (que todavía no viene impresa en los genes y que no va a dar tiempo a que se imprima porque su motivador, los coches, pronto van a desaparecer tan rápido como llegaron) que dice que hay que mirar a izquierda y derecha antes de hacerlo. Y no basta porque es bien posible que cuando te encuentres atravesándola cual James Bond entrando en el Casino de la forma más cool que te permita la ausencia de filtros fotográficos y el injusto reparto de talentos con que la naturaleza te haya obsequiado, mirando de forma desafiante donde crees que deben de estar los ojos del conductor que se acerca resoplando humo negro cual diablo sobre ruedas y gritándole con el lenguaje mudo de la mirada, “Flipao, voy a conseguir cruzar antes de que me alcances sin tener que cambiar el ritmo de mi andar John Wayne”, es posible que de repente las tres dimensiones te jueguen una mala pasada peor que las de James Cameron y que todo el andamiaje de postureo antes narrado se derrumbe cuando súbitamente te vuelvas paticorto tras el encuentro con un desnivel traicionero del asfalto. Y es que lo que desde el lateral de la calle se adivinaba como un asfaltado recto y nivelado, al ser observado más de cerca se revela como una pequeña y corta sucesión de montañitas rusas creadas ahí donde se juntan el habitual calor de estas latitudes y la frecuente pisada de los neumáticos.

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